| Los incendios forestales han sido un componente intrínseco de los ecosistemas terrestres desde que la vegetación colonizó la superficie de la Tierra (hace cuatrocientos millones de años); hoy en día representan el principal agente perturbador a nivel mundial (Scott et al., 2014). A pesar de su controversial naturaleza, el estudio del papel ecológico del fuego y su caracterización mediante el análisis de las variaciones de los factores del régimen de incendios es fundamental para dar las bases en la gestión de los ecosistemas forestales, y por ende la conservación de la biodiversidad y servicios ecosistémicos que estos albergan (McLauchlan et al., 2020).
Así mismo, es preciso identificar espacialmente los lugares donde se espera mayor impacto (comportamiento extremo) para hacer un uso eficiente de los recursos, priorizando las actividades de prevención (por ejemplo, manejo de combustibles, aplicación de uso del fuego, etc.)
En este contexto, tanto el peligro, así como la superficie quemada, fungen como componentes críticos del régimen de fuego (Rodriguez-Trejo et al. 2014). Estos componentes no solo están relacionados con la intensidad y severidad del fuego (i.e. la temperatura que alcanza y el impacto que genera), sino también con las variables que condicionan su comportamiento (e.g. topografía del terreno, tiempo atmosférico y características vegetales)
Además, es fundamental considerar la importancia de la composición de especies y la estructura de la vegetación (Jardel et al., 2014). La superficie quemada se refiere a las áreas donde la combustión se genera en el material disponible en suelo y/o la vegetación, causando o no el fuego, entendido como la manifestación visible del proceso de combustión.
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